Estados Unidos prueba regularmente misiles nucleares de largo alcance Minuteman-3 desde la base aérea de Vandenberg, en California, que podrían alcanzar y aniquilar Pyongyang. Varios gobiernos estadounidenses han calificado a Corea del norte de “malvada”, de Estado “patrocinador del terrorismo” y de “amenaza”. Los militares estadounidenses han calificado al pequeño Estado norcoreano de “amenaza primaria” para la seguridad de Estados Unidos. Corea del Norte tiene motivos para estar preocupada.
En el libro de Robert Neer de 2013 “Napalm”, el autor relata que el general Lemay escribió: “Fuimos allí, hicimos la guerra y finalmente quemamos todas las ciudades de Corea del Norte de una forma u otra, dijo el general estadounidense Curtis LeMay. “En un período de unos tres años, matamos, ¿cuánto?, ¿el 20 por cien de la población?” añadió.
El libro cita al oficial químico del Octavo Ejército, Donald Bode, diciendo que, como promedio, un “buen día” los pilotos estadounidenses en la Guerra de Corea arrojaban 70.000 galones de napalm: 45.000 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, de 10.000 a 20.000 por su Marina, y de 4.000 a 5.000 por los Marines, que llamaban “aceite de cocina” a la gasolina gelatinosa ardiente.
Neer descubrió que en Corea se utilizaron 32.357 toneladas de napalm, aproximadamente el doble de lo que se lanzó contra Japón en 1945. En Corea se lanzaron más bombas que en todo el teatro del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, 635.000 toneladas frente a 503.000 toneladas. “En Pyongyang, una ciudad de medio millón de habitantes antes de 1950, sólo dos edificios quedaron intactos después de la guerra”, escribió Neer. Esto sigue siendo un recuerdo vívido en Corea del norte.
En su libro “A People’s History of the United States”, Howard Zinn escribió: “Tal vez dos millones de coreanos, del norte y del sur, fueron asesinados en la Guerra de Corea, todo en nombre de la oposición al ‘imperio de la fuerza’”.
Bruce Cumings explica en su libro “The Korean War” que “de los más de 4 millones de bajas, al menos 2 millones fueron civiles. Las bajas norcoreanas se estiman en 2 millones, de las cuales cerca de 1 millón eran civiles”. También se calcula que 900.000 soldados chinos perdieron la vida en combate.
Después de que Truman destituyera al general MacArthur en mayo de 1951, el antiguo Comandante Supremo declaró ante el Congreso: “La guerra de Corea ya casi ha destruido esta nación de 20 millones de habitantes. Nunca he visto tal devastación. He visto, creo, tanta sangre y desastre como cualquier hombre vivo, y la última vez que estuve allí, se me heló el estómago. Después de ver esos escombros y esos miles de mujeres y niños […] vomité”.
Dos candidatos demócratas a la presidencia afirmaron en 2007 que retirarían de la mesa la amenaza de un ataque nuclear, en referencia a su incomodidad con la idea de la destrucción masiva deliberada de la bomba. En abril de 2006 a Hillary Clinton le preguntaron en una entrevista televisiva sobre su postura respecto a Irán. Respondió: “He dicho públicamente que no hay que descartar ninguna opción, pero desde luego yo retiraría las armas nucleares de la mesa. Este gobierno [Bush] ha estado muy dispuesto a hablar del uso de armas nucleares de una forma que no hemos visto desde los albores de la era nuclear. Creo que es un terrible error”.
El 2 de agosto de 2007 Obama declaró: “Creo que sería un grave error que utilizáramos armas nucleares en cualquier circunstancia”, haciendo una pausa antes de añadir “que implicara a civiles”. Obama se retractó rápidamente de la declaración: “Permítanme borrar eso”, pero su intención era clara y debe repetirse: la antigua amenaza de Estados Unidos de “mantener todas las opciones abiertas”, es decir, su disposición a utilizar armas nucleares contra seres humanos, debe ser abolida. Las bombas H no pueden utilizarse sin matar indiscriminadamente a cientos de miles, si no millones, de civiles, crear una mortífera lluvia radioactiva que se traslada a zonas no conflictivas, todo ello en violación de las leyes de la guerra, la Carta de la ONU y las Convenciones de Ginebra.
La crítica pública de los ataques nucleares por parte de Clinton y Obama es a la vez rara y audaz por sus implicaciones para el empleo de armas nucleares. Al menos una docena de antiguos planificadores de guerras nucleares -Kissinger, Jimmy Carter, Melvin Laird, los generales George Butler, Charles Horner, Andrew Goodpaster, y los almirantes Stansfield Turner, Noel Gayler y Hyman Rickover, entre otros- han denunciado las armas nucleares y han pedido su eliminación.
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