Durante la Guerra Fría, Moscú ya había demostrado en 1953 en la República Democrática Alemana (RDA) y, sobre todo, en 1956 en Hungría, que no iba a tolerar ninguna apertura en los países que se encontraban entonces en su área de influencia. Sin embargo, desde su elección en enero de 1968 como secretario general del Partido Comunista de Checoslovaquia, Alexander Dubcek puso en marcha una serie de reformas democráticas, lo que llamó "el socialismo con rostro humano". Sin cuestionar la pertenencia al Pacto de Varsovia —la organización militar de los países socialistas, opuesta a la OTAN— y sin defender una economía capitalista, Dubcek introdujo una mayor libertad de expresión y aumentó la participación de los ciudadanos en la vida política. Sobre todo, cambió el clima social del país.
Los checos asistían atónitos a la apertura liberal y se preguntaban hasta dónde iba a permitir el líder soviético Leónidas Breznev que se desmandasen. A las 23.00 horas del 20 de agosto de 1968 encontraron su respuesta cuando comenzaron a cruzar la frontera los 2.000 carros de combate y 250.000 soldados que participaron en la invasión. Aunque la mayoría de los efectivos eran soviéticos, también se sumaron otros cuatro países del Pacto de Varsovia: Hungría, Polonia y Bulgaria, más algunas fuerzas especiales de la RDA.
En cuestión de días, el Pacto había desplegado 600.000 soldados y en los siguientes meses las aguas volvieron al cauce socialista con una oleada de represión que el régimen llamó "proceso de normalización". Trescientos mil checos huyeron a Occidente y un número imposible de calcular fueron detenidos o retirados de la vida pública. Sin embargo, la resistencia se prolongó: el 16 de enero de 1969, el estudiante Jan Palach se quemó a la bonzo en Praga para protestar contra la ocupación. Oficialmente, 150 personas murieron durante la intervención, un número muy inferior a las miles de víctimas que provocó la invasión soviética de Hungría en 1956.
in El País
Sem comentários:
Enviar um comentário