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quarta-feira, 13 de novembro de 2019

Opinion · Posos de anarquía
Evo Morales se marchó forzosamente de la presidencia tras el golpe de Estado vivido en Bolivia. / Europa Press
Bolivia ha sufrido un golpe de Estado de manual: El presidente del Gobierno obligado a dejar el poder por el ejército. A pesar de ello, buena parte de la Comunidad Internacional y sus medios de comunicación están maquillando lo que es un auténtico atentado a la justicia social. Se habla únicamente de «renuncia de Evo Morales» en lugar de golpe de Estado. En juego, la posición geoestratégica de Bolivia y sus abundantes recursos naturales que Morales nacionalizó en interés del país.
Los números avalan a Morales: consiguió reducir el índice de pobreza en un 25% y la pobreza extrema en un 23%. Mientras, la economía de Bolivia fue una de las que experimentó mayor crecimiento en Sudamérica, rondando el 5%. Los segmentos de la población olvidados se vieron reconocidos, viendo como el analfabetismo descendía de tasas cercanas al 15% al actual 2,4%, algo que nunca ha interesado a la derecha, pues una población formada e informada es una sociedad que cuestiona y no acata sin más. Las poblaciones indígenas adquirieron mayor relevancia, con una de las mayores revalorizaciones culturales jamás vistas en el continente y un empoderamiento de la mujer en todos los planos (políticos, económico, laboral…).
Nada de eso parece ahora importar. Con el pretexto de un supuesto fraude electoral se está justificando y maquillando el golpe de Estado, en el que no se han llegado a ver los tanques en las calles porque Morales ha optado por irse antes de ver un baño de sangre. A pesar de su marcha, las tropelías de quienes lo han expulsado se están viendo en las calles, en la casa de Morales asaltada y destrozada…
Existían mecanismos democráticos para afrontar ese supuesto fraude electoral. De hecho, el propio Morales impulsó una auditoría por parte de la Organización de Estados Americanos (OEA) que, en un primer informe, avaló el mandato de Morales. Posteriormente se cambió el dictamen y, con todo, recomendó la repetición electoral, algo a lo que el presidente depuesto no se negó. Quienes en realidad se negaron fueron la oposición y la más que probable mano negra de EEUU que se esconde detrás. A fin de cuentas, el golpe de Estado en Bolivia es muy similar al vivido hace años en Ucrania.
Bolivia posee muchos recursos naturales cuya explotación fue nacionalizada por Morales. Imaginen lo que eso supone para el neoliberalismo, para ese capitalismo depredador que no duda en oprimir a los más débiles para seguir enriqueciéndose. La nacionalización de los hidrocarburos en 2006 por parte de Morales fue un soplo de aire fresco para las políticas sociales en el país, para impulsar una redistribución de la riqueza que escoció demasiado a las alimañas neoliberales.
Sin embargo, el interés en Bolivia de quienes han arruinado o están arruinando países con títeres de las derecha como Mauricio Macri (Argentina), Lenin Moreno (Ecuador), Sebastián Piñera (Chile) o Jair Bolsonaro (Brasil) no se centra únicamente en los hidrocarburos; también en la mayor reserva de litio del mundo, algo crucial en pleno auge de las baterías para vehículos eléctricos y todo tipo de dispositivos electrónicos. No se pueden olvidar, además, las enormes reservas de agua dulce con que cuenta Bolivia.
El exilio de Morales a México y el golpe de Estado en Bolivia es un atentado a la democracia ante lo cual la Comunidad Internacional no está respondiendo convenientemente, literalmente achantada por las represalias arancelarias del paranoico Donald Trump. Los países que callan y no condenan, los que abiertamente apoyan y los involucrados en el golpe son cómplices de la tragedia que ahora se vive en el país, con un vacío de poder que quienes perpetraron el atentado tenían perfectamente planeado, con objeto de sembrar un caos que con Morales no existía para, después, encumbrar a un depredador neoliberal como salva patria de postín.

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